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ascendentes

A diferencia de quienes hurgaron en busca de sobras o se retiraron a la naturaleza, esta tribu abrazó una cruda verdad: en un mundo enloquecido, ellos también debían volverse salvajes. Protegidos por armaduras recuperadas, un sombrío mosaico de retazos de metal y cuero atornillados, acechan las ruinas con una vigilancia constante en sus ojos.

Los Ascendentes no son simples combatientes; son estudiantes de la violencia. Su campamento, un caótico revoltijo dentro de un edificio semiderruido, alberga no solo una fragua y una armería, sino un extraño taller improvisado a partir de tecnología recuperada. Allí, figuras encorvadas escudriñan manuales recuperados, aferrados con manos manchadas de grasa.

Descifran el lenguaje de los muertos, el conocimiento bélico olvidado de la era anterior. Cada arma, cada táctica obtenida de esos textos antiguos, es otro ladrillo en el muro que construyen a su alrededor.

Sus días son una búsqueda implacable de poder. Las partidas de exploración se aventuran, no solo en busca de comida y suministros, sino de cualquier cosa que pueda convertirse en un arma: un fragmento de acero con alto contenido de carbono, una celda de energía rota o incluso un esquema a medio destrozar. De vuelta al campamento, estos hallazgos se funden, se reforjan y se estudian con un fanatismo que raya en la adoración.

Comprenden la ley de la selva, el principio férreo que dicta su existencia: para sobrevivir, hay que ser el depredador más grande y más cruel. Y Los Ascendentes están decididos a ser exactamente eso.

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aparecidos

Los restos de hormigón, antes rebosantes de vida, ahora ofrecen un laberinto retorcido para los Aparecidos. Tomaron una decisión: refugiarse en los monumentos en decadencia del pasado en lugar de enfrentar la cruda realidad del presente abrasado por el sol.

Dentro del abrazo esquelético de las ciudades, la naturaleza está reclamando su dominio. La hiedra serpentea a través de los conductos de ventilación, abriendo ventanas para que rayos de sol lleguen hasta la maleza verde que alfombra plazas olvidadas.

Los Aparecidos, vestidos con telas encontradas y usando herramientas fabricadas con oficios olvidados, prosperan en este ecosistema oculto. Cultivan huertos en azoteas, extrayendo vida de las grietas del hormigón, y cazan a las criaturas que se escabullen por las entrañas cubiertas de vegetación de la ciudad.

Sus días son una danza constante con los vestigios del pasado. Recolectan agua de canaletas oxidadas, la canalizan a través de conductos improvisados hacia cisternas talladas en estatuas caídas. El musgo que se aferra a las ventanas rotas sirve como una escasa fuente de condimentos.

Los Aparecidos son un testimonio del espíritu humano, una comunidad tejida en el corazón mismo de la ciudad. Sus vidas son un desafío silencioso, un susurro de resistencia que resuena a través de los cañones de hormigón, demostrando que incluso en las ruinas del viejo mundo, una nueva vida, frágil y tenaz, puede echar raíces.

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indomables

El sol, un tirano implacable en el páramo, azota a Los Indomables. No son una tribu que persiga presas o cultive la tierra implacable. No, su cacería es por un botín diferente: los vestigios del mundo anterior.

Vestidos con cueros remendados y cargando herramientas improvisadas, recorren los esqueletos de la sociedad anterior, sus ojos divisando los tesoros escondidos bajo el polvo: un destello de metal, cables olvidados, un trozo de tela resistente.

Para Los Indomables, no son simples desechos. Son su moneda de cambio. Todo su modo de vida gira en torno al trueque. Los ancianos, con rostros curtidos grabados con la sabiduría de innumerables expediciones, clasifican meticulosamente el botín del día.

Un cable de cobre enrollado podría valer un conejo curado de Los Liberados o incluso de otra tribu. Una lámina de acero recuperada podría intercambiarse por una temporada de frutas secas de los habitantes. Cada artículo recuperado, sin importar lo mundano que sea, encierra el potencial de su supervivencia.

Su lema, susurrado antes de cada incursión, no es “Cazar o ser cazado”, sino una súplica mucho más desesperada: “Encontrar o desaparecer”.

El suyo es un mundo construido de las cenizas, un testamento del ingenio humano alimentado por los fantasmas de una era pasada.

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rastreadores

El viento susurra secretos entre los pastos altos, llevando a los Rastreadores el aroma de las flores silvestres y la tierra húmeda. Le dieron la espalda a los monumentos en ruinas de una era pasada, buscando consuelo en el abrazo de la naturaleza. Aquí, bajo el cielo interminable, se labraron una vida alejada de los conflictos que asolaban los páramos.

Los Rastreadores viven en armonía con la tierra. Vestidos con pieles y fibras vegetales tejidas, confían en habilidades probadas por el tiempo para sobrevivir. Los grupos de caza acechan a sus presas con arcos fabricados con vástagos robustos y puntas de flecha hechas con metal recuperado.

La gente recolecta frutas y hierbas silvestres, transmitiendo su conocimiento de las plantas comestibles de generación en generación. Las noches las pasan junto a crepitantes fogatas, contando historias bajo un manto de estrellas, las llamas parpadeantes proyectan sombras danzantes sobre rostros curtidos marcados por la sabiduría de la naturaleza.

Sus días son una sinfonía de ritmos olvidados. El sol naciente marca el comienzo de la caza, el sol poniente un tiempo para la reflexión tranquila. El agua se extrae de arroyos cristalinos, su risa resuena por los valles. Cada amanecer es un nuevo comienzo.

Los Rastreadores han construido una vida de paz y autosuficiencia, un testimonio de la capacidad del espíritu humano para encontrar consuelo en las cosas más simples. En el viento susurrante y las hojas crujientes, escuchan no los ecos de un mundo perdido, sino la promesa de uno nuevo.

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errantes

A diferencia de los habitantes que se aferraban a oasis dispersos, los Errantes no buscaban refugio. Querían comprender.

Impulsados por una curiosidad insaciable sobre el destino del mundo, los Errantes son exploradores, cartógrafos e historiadores, todo en uno. Sus vehículos improvisados, maravillas de piezas recuperadas e ingeniería olvidada, resuenan a través de las llanuras.

Sus días son una sinfonía de descubrimientos. Mecánicos hábiles, sus manos manchadas de grasa dan vida a la tecnología olvidada.

Astrónomos, utilizando telescopios recuperados y cartas estelares hechas por ellos mismos, mapean el cielo nocturno, buscando patrones que podrían llevarlos a otros focos de humanidad. Cada trozo de metal, cada fragmento de mapa hecho jirones, tiene el potencial de desbloquear un nuevo camino, una nueva conexión.

Los Errantes no solo llevan herramientas, sino historias.

Documentan sus viajes en mapas dibujados a mano y escriben diarios meticulosamente. Cuando logramos encontrarlos, siempre demuestran ser una fuente clave de conocimiento.

Son un puente viviente, buscando la respuesta a una única pregunta clave: ¿Estamos sólos?

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La chispa inicial fue una atracción compartida por La Ciudad, una anomalía magnética que atrajo a individuos de todos los ámbitos de la vida. Estas almas diversas, antes parte de Los Liberados, comenzaron a unirse en torno a ideales y necesidades comunes.


La supervivencia fue el catalizador. Compartir recursos, conocimiento y protección resultó esencial en el duro e implacable entorno. Pequeños grupos dispersos se formaron, unidos por la proximidad o habilidades compartidas. Con el tiempo, estos grupos evolucionaron hacia estructuras más complejas, reconociendo los beneficios de la especialización y la cooperación.


El liderazgo surgió orgánicamente, no por la fuerza sino por la competencia y el carisma demostrados. Individuos capaces de inspirar, organizar y elaborar estrategias ganaron influencia.

A medida que estos líderes unieron sus respectivos grupos, sentaron las bases para la formación de tribus más grandes y organizadas.


El proceso no estuvo exento de desafíos. Conflictos de intereses, luchas de poder y diferencias ideológicas amenazaron con desviar las nacientes civilizaciones. Sin embargo, a través del compromiso y una visión compartida de un nuevo futuro, estos obstáculos fueron superados gradualmente.


El resultado fue la aparición de Las Cinco Tribus: Representaron un esfuerzo consciente por crear orden, estructura y propósito en un mundo definido por la incertidumbre. Son pioneros construyendo nuevas sociedades desde cero, cuyo legado aún está por llegar.